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Existen dos tipos de soledades: la que eliges y la que no.
Existe una soledad deseada, subjetiva y objetiva, que resulta agradable, maravillosa, beneficiosa para nuestro bienestar. Sin embargo, cuando esta soledad se convierte en un sentimiento de dolor y de tristeza, afectando negativamente a las personas que la sufren, hablamos de soledad no deseada.
Esta soledad no deseada suele ir acompañada de un sentimiento de pérdidas: pérdida de energía, de fuerza, de salud, de seres queridos, de amigos, etc., llegando a convertirse en uno de los sentimientos más tristes, dolorosos y devastadores que las personas pueden experimentar a lo largo de su vida.
Este tipo de soledad también aparece como un sentimiento o experiencia que viven las personas cuyas relaciones sociales las perciben como deficientes. No sienten que haya un apoyo real o preocupación hacia ellos, y este, se transforma en “malestar” que puede acarrear un deterioro en la salud tanto física, psicológica, emocional y social.
La soledad entendida como aislamiento social se ha convertido en un problema muy habitual en nuestra sociedad, hasta el punto de ser definida como la epidemia o la pandemia del siglo XXI, llegando a ser un problema social de salud pública que requiere la implicación de todos los recursos y personas de una comunidad.